Hay cantos que comparten un patrón musical universal, seasé las nanas o algunos temas de baile. Los seres humanos a lo largo del globo tenemos la capacidad de crear música. Un lenguaje que, aunque pueda no parecerlo, es más común de lo que se piensa. Si no, qué lenguaje traspasa fronteras. Es un lenguaje que nos encontramos a cada rincón que visitamos, en cada rincón que investigamos. La música nos acompaña allá donde estemos.
Sin embargo, ¿qué es lo que hace a los cantos algo compartido? La gramática que se construye para todo canto. Si nos aventuramos a realizar una búsqueda antropológica entre los aborígenes australianos, los cantos de trabajo, los cantos celtas o de cazadores-recolectores africanos, podemos encontrar que en ámbitos parecidos encontraremos gramáticas parecidas.
Ya Alan Lomax cogió su grabadora y se paseó por todo el mundo para descubrir el lenguaje universal de nuestra sociedad: La música. En su investigación encontró restos de lo que se podría llamar la Primera Edad de la música con los cantos de tradición orales, sin más conocimientos del lenguaje musical que las posibilidades vocales y el uso de algunos instrumentos de percusión.
Lomax pudo entrever a partir de su recopilación que la música está interrelacionada con el contexto, es decir con la cultura y la complejidad social. No hay que olvidar que en la Primera Edad la música no se creaba para vender y lucrarse con ello, sino que era un medio de expresión influenciada por los mecanismos de control sociales de la comunidad. Era y es un medio de comunicación con un fin determinado. Este determinismo musical puede comprobarse a partir de las tendencias sociales en comunidades donde predominan los cantos solistas, que suelen darse en sociedades donde los hombres controlan los medios de producción. O que los cantos grupales suelen aumentar cuando los medios de producción son controlados por las mujeres. Y la complejidad del canto aumenta con la complejidad social de la comunidad.
Las temáticas más frecuentadas por estos cantos son las nanas, los cantos de amor, los cantos para bailar, los cantos del trabajo, los cantos para la cosecha, y los cantos del cuidado de enfermos. Según el uso del canto, así como el ritmo, la melodía o la tonalidad pueden determinar el comportamiento que rodea a este canto. Dicho todo esto podemos empezar a contemplar la posibilidad de que los seres humanos cantamos de manera similar las músicas más diversas. De modo que la música contiene los rasgos de la historia de la humanidad.
Ya en el siglo XX, diferentes directores de teatro incluyeron los cantos entre su trabajo teatral. Entre ellos Peter Brook con las cualidades sonoras de la palabra o los cantos africanos o japoneses; o Grotowski que se alió con los cantores Baul y empezó a investigar las cualidades vibratorias de los cantos Baul para despertar algo dormido en el ser humano. Algo que está latente pero que necesita ser despertado a través de las características vibratorias del canto. No sé a vosotros, pero a mi me suena a Platón y su mundo de las Ideas. Según el de las anchas espaldas, el ser humano conoce cuando es impactado por el mundo a través de los sentidos, y así recordaba el conocimiento que poseía, pero que le era arrebatado al entrar en un cuerpo que le permitía acceder al mundo. Es la vida la que nos permite recuperar nuestro conocimientos.
No sé si los cantos despiertan cualidades dormidas o escondidas, ni si en pleno siglo XXI podemos encasillar los cantos con la estructura social, ya que el sistema de mercado todo lo perfila hacia los mismos menesteres. Pero en cualquier caso, no es de menospreciar las posibilidades de los cantos en el acto teatral. No la música, tan manida encima del tablón, sino cantos tradicionales y sonidos instrumentales novedosos para el oído y el sentido humano.
